domingo, 24 de diciembre de 2023
El mayor don del Ser: el poder elegir y tomar sus propias decisiones.
miércoles, 12 de abril de 2023
lunes, 16 de enero de 2023
martes, 18 de octubre de 2022
¿Qué constelar?
Al solicitar una Constelación Familiar es importante que tengas una intención.
No es fácil Definir con claridad y sencillez esta demanda,
por lo cual, SIP
(Servicios Integrales Pedagógicos/parentales) ofrece un proceso dinámico y vivencial:
1. Previo a
la Constelación: Sesión que ayuda a precisar la situación a constelar. Para
poder realizar una constelación es necesario definir la necesidad , el para qué
se quiere realizar; sin esta claridad la
constelación familiar pierde su efecto, es como subir a un vehículo y no saber la
calle y el número donde se desea llegar a estar. El constelador familiar es,
metafóricamente, un conductor, y sin un mínimo de claridad, no puede llevar a nadie a ciegas, pues un ciego no
puede guiar a otro ciego.
· 2. La Constelación Familiar: Potencia y nutre, es específica y concreta, lo concreto nos potencia nos enraíza con la realidad. Ejemplos de asuntos que puedes constelar: Puedes constelar para estar más tranquilo/a en pareja, pero no para tener la pareja que deseas idealmente. Puedes constelar para sentir tu fuerza ante tu padre o tu madre, pero no para llevarte bien con él/ella.
· 3.Después de
la Constelación: Se trata de comprender y construir desde lo que hay en el
aquí y el ahora un futuro, de saber qué quiero incorporar en mi vida.
¿Prefieres saber la causa de tu tendencia depresiva, o tener una vida más
alegre? Porque quizás ambas cosas no son posibles. Tener una hipótesis de causa
puede ser que te ayude más a estigmatizarte. En cambio, ir hacia tu expansión
futura te conecta al aquí y a lo nuevo. Y lo nuevo, regenera.
Una demanda clara, con peso,
orientada al futuro facilita el caminar hacia donde queremos que sea
de lo que trata la vida. Asimismo la constelación familiar puede propiciar un
paso, dos o mil e incluso algunas me dejen en el destino deseado, lo
importante es que nos acerquen a un destino lo más feliz y vital posible.
Un propósito claro, en un aquí
y ahora, lo importante es que nos
re-vincule a la vida y al amor.
“CAMINANTE NO HAY
CAMINO SE HACE CAMINO AL ANDAR”
Cel. 3209024933
lunes, 13 de diciembre de 2021
Estar abiertos al cambio: transformar atributos para iluminar la esencia
"Los años fluyen en el correr del tiempo,
dejando al hombre los recuerdos,
y en los recuerdos se entretejen para el alma,
el ser y el sentido de la vida.
Vivencia el sentido, confía en el Ser.
Y el Ser Cósmico se unirá con el núcleo de tu
existencia."
Rudolf Steiner
NACIMIENTO:
Un Sí
Un por favor
Y un gracias
PRIMAVERA…Septenios
del cuerpo
Tres septenios:
0 a 7 años |
Cuerpo Físico |
Sol de semilla, siembra, germinación y crecimiento. Primera vera del
camino |
7 a 14 años |
Cuerpo Etérico |
|
14 a 21 años |
Cuerpo Astral |
VERANO… Septenios del
alma
21 a 28 años |
Alma sensible |
Sol que florece, fructifica, recoge y cosecha. Verdad al transitar
el camino. |
28 a 35 años |
Alma racional |
|
35 a 42 años |
Alma consciente |
OTOÑO… Septenios del
espíritu
42 a 49 años |
Yo espiritual |
Sol de plenitud y auge de vida. Agradecer y festejar lo andado |
49 a 56 años |
Espíritu vital |
|
56 a 63 años |
Hombre espíritu |
INVIERNO… Septenios
de integración y transformación
63 a 70 años |
Transformación |
Sol de la sabiduría donde consagrar la Vida preside todos los actos. |
70 a 77 años |
Transcendencia |
|
77 veces siete…… |
Unicidad |
Un Sí, un por favor y un gracias a los padres
Un Sí, un por favor y un
gracias a la naturaleza
Un Sí, un por favor y un
gracias a la muerte
“Cuando caminas por un bosque que no ha sido domesticado por la mano del hombre, no sólo ves abundante vida a tu alrededor; también encuentras a cada paso árboles caídos y troncos desmoronados, hojas podridas y materia en descomposición. Dondequiera que mires, encontrarás muerte además de vida.
Al escrutarlo más de cerca, descubrirás que el tronco que se está descomponiendo y las hojas podridas no sólo hacen nacer nueva vida, sino que ellos mismos están llenos de vida. Los microorganismos están actuando en ellos. Las moléculas están reordenándose. De modo que no hay muerte por ninguna parte. Sólo existe una metamorfosis de las formas de vida. ¿Qué puedes aprender de esto?
La muerte no es lo contrario de la vida. La vida no tiene opuesto. Lo opuesto de la muerte es el nacimiento. La vida es eterna.”
Eckhart Tolle
Los septenios y sus
transformaciones
Los tres primeros septenios
(septenios del cuerpo), desde el nacimiento hasta los veintiún años, se
reflejarán en los tres septenios de la madurez. Este será un reflejo
consciente; es decir, aquí comienza a actuar la conciencia que la persona pone
en marcha para que se produzcan determinados cambios en ella.
Así como a los catorce años
comienza la menstruación, a los cuarenta y nueve años comienza la menopausia.
Así como a los catorce años,
anímicamente, el joven compite, el varón y la mujer se diferencian y los grupos
que forman se destruyen entre sí; a partir de los cuarenta y dos años, las
personas tienen, en general, otra manera de relacionarse, tienden a formar
comunidades y trabajar con ideales comunes.
Así como a los catorce años,
comienza la vida sexual; a los cuarenta y dos años, puede empezar a caducar el
interés por la sexualidad, a caducar con un sentido de transformación.
A los catorce años, todo lo
relacionado con el cuerpo tiene enorme importancia, mientras que, a partir de
los cuarenta y dos años, este interés se transforma en algo que podemos llamar
espiritual y comienza a plantearse el tema de la muerte.
A partir de los cuarenta y dos
años, aparecen crisis que pueden ser físico - anímicas. Una crisis física
consiste en sentir que el cuerpo físico ya no responde como antes y, en este
caso, la persona puede reaccionar de dos maneras:
- luchando contra esta situación, pudiendo matarse en
el esfuerzo.
- aceptando lo que le ocurre y, así, adoptar una
nueva actitud frente a la vida. En este caso, surgirán las necesidades
espirituales.
El septenio de los cuarenta y
nueve a los cincuenta y seis años tiene como espejo el septenio de los siete a
los catorce años.
Así como a los siete años el niño
comienza su escolaridad; a partir de los cuarenta y nueve años el ser humano
necesita enseñar, se transforma en maestro. Esta es una necesidad vital; el ser
humano necesita ser escuchado, necesita transmitir algo, en suma, necesita dar.
Así como entre los siete y los
catorce años empiezan los hábitos; entre los cuarenta y nueve y los cincuenta y
seis años será muy importante trabajar sobre los hábitos adquiridos, ya que, en
este septenio, se desarrolla una fuerza que nos permite cambiar nuestros
hábitos.
En el último septenio, entre los
cincuenta y seis y los sesenta y tres años, se producen alteraciones sobre todo
en lo que respecta a la memoria. Es muy común que las personas de esta edad
olviden hechos recientes; sin embargo, están revitalizando hechos que
ocurrieron entre el nacimiento y los siete años, hechos que se recuerdan con
gran claridad.
A partir de los cuarenta y dos
años y a lo largo de los septenios que siguen es muy importante recuperar las
vivencias infantiles, no sólo recuperarlas sino revitalizarlas y
transformarlas. Una característica de la niñez es el asombro, así como también
el egoísmo. Por lo tanto, en esta etapa de nuestras vidas es ideal percibir la
necesidad del otro, desarrollar nuestra capacidad para escucharlo y, de este
modo, lograr el asombro. Precisamente, gracias a estas vivencias el mundo se
desplegará ante nosotros y podremos transformar el egoísmo infantil en la
capacidad para reconocer al otro.
A partir de los cuarenta y dos
años es fundamental comenzar un trabajo constante con el desapego y con el
perdón. El desapego cobrará una importancia cada vez mayor a medida que pasan
los años ya que con el paso del tiempo la persona tiene menos necesidades
materiales. El desapego constituye una muy buena señal en el camino de la
evolución personal.
El trabajo con el perdón es mucho
más difícil y requiere una preparación espiritual.
Trabajo espiritual para los
Septenios del Espíritu
Existen cinco cualidades que se
manifiestan en una evolución sana de un proceso biográfico de
madurez, ancianidad y muerte. Estas son: unicidad, desapego, amor
al prójimo, agradecimiento y perdón.
La sensación de unicidad ocupa
el centro del alma del hombre y de allí se desprenden las otras cuatro
características. La idea de que la unicidad ocupa el centro del alma ha surgido
al observar que, cuando la persona llega a experimentarla, las otras cualidades
pueden ser alcanzadas sin dificultad. Ocupar el centro significa
que la persona se siente ubicada allí reiteradamente y hace de esto un aspecto
central de su vida.
Al hablar de la sensación
de unicidad nos referimos a esa especial sensación de unidad con el
Todo. Pero, ¿Qué es el Todo? En realidad, no hay conceptos que puedan
definirlo, ya que en el caso de lograrlo, lo definido dejaría de serlo;
simplemente, el Todo Es.
Las personas, que han hecho
abandono de su cuerpo físico en una situación de extremo riesgo, como un
accidente o una operación quirúrgica, describen la sensación de
unicidad como la sensación de no poseer un cuerpo y, a la vez, de
sentirse parte del Universo. El cuerpo es el Cosmos mismo y la sensación de
unicidad se manifiesta con la esencia de las cosas y no con las cosas en sí.
Las cosas del mundo físico se vivencian como una consolidación material de
aquella esencia. Sin embargo, no es una fusión cósmica con pérdida de
conciencia; siempre existe la conciencia de sí mismo participando y gozando de
esta experiencia inédita.
Cuando la experiencia cesa y se
retorna al cuerpo, por lo general, se duda de lo vivido, ya que el imperio de
los sentidos y nuestro condicionamiento cultural no dejan resquicios para
experiencias suprasensibles. Pero lo más valioso de estas experiencias es el
cambio de vida de quienes las han vivido y su necesidad de conocimiento acerca
de los mundos espirituales.
Existe otra forma de acercarse a
esta sensación de unicidad y es la que verdaderamente interesa
en todo proceso biográfico. No se manifiesta bruscamente y no posee ni la
fuerza ni la intensidad de las experiencias relatadas por las personas que
atravesaron por dichas situaciones de extremo riesgo. Es un proceso que se
instala lentamente, a partir de la cuarta década de la vida, debiendo ser
cultivado cuidadosamente. En este caso, si la persona abre sus sentidos a esta
nueva sensación de unicidad, decidiéndose a profundizarla conscientemente, se
habrá iniciado el verdadero camino del principiante que aspira a la fraternidad
y unidad en el camino espiritual. Para este proceso son de gran ayuda la meditación
diaria y la observación constante de sí mismo. De esta
manera, es posible romper con la esclavitud de la conciencia de vigilia y
apreciar la causalidad.
Al tomar conciencia de esta causalidad,
que obra en nuestra existencia, nos preparamos para abordar el concepto
de karma. Sólo así, la vida adquiere sentido como
escuela y cada tropiezo será bienvenido por el mensaje que encierra.
Todo hecho deberá relacionarse con la causalidad y el orden
universal y, así, la persona logrará instalarse, poco a poco, en la sensación
de unicidad emergente. Más aún, todo conocimiento adquirido debe
apuntar a la unión con el Todo y aquel conocimiento antiguo deberá ser
reformulado en relación con la Totalidad.
Cuando este estado de
unicidad ocupa el centro del alma se percibe una agradable sensación
de paz y un germinar de sentimientos serenos de amor y fraternidad universal.
Estas sensaciones de unidad y de
paz interior suelen despertar el desapego. ¿Qué es el desapego?
- Es un cambio de valores.
- Es la transformación de valores materiales en
valores espirituales.
- Es un valor que está en el centro, equidistando
entre la posesión y la indiferencia.
El verdadero despego produce
una sensación de paz y esta misma sensación lo incentiva. La actitud de desapego estimula
en la persona la alegría de descubrir que necesita cada vez menos para estar
cada vez mejor. Desapegarse no significa no tener, significa
no depender de lo que se tiene. Los valores materiales susceptibles de ser
trabajados internamente como actitud de desapego abarcan todos los objetos
físicos que nos rodean, desde los más insignificantes hasta los más grandes.
Mucho más difíciles de ser
abandonados son los valores anímicos, porque son más sutiles y
están menos expuestos al campo iluminado de nuestra conciencia; por ejemplo,
los roles que ejercemos diariamente, el prestigio alcanzado o el manejo del
poder.
Las razones espirituales
del desapego son casi obvias: la conciencia superior sabe de
lo efímero de la existencia física; basta elevarse a otro nivel de conciencia
para que el desapego del mundo físico se constituya en un
hecho lógico y necesario. Desde el punto de vista de la conciencia de vigilia u
objetiva, hay un solo acontecimiento en la vida que no resiste la menor
objeción por parte de la razón, esto es la muerte del cuerpo físico. Es muy
comprensible, entonces, que a partir de la segunda mitad de la vida esta
tremenda verdad humana cobre fuerza inconscientemente en el alma.
Todo desapego del
mundo de los sentidos, antes de enfrentar la muerte física, facilitará
enormemente el tránsito hacia el otro plano de conciencia y permitirá, en
futuras encarnaciones, disfrutar serenamente del proceso tan temido.
La sensación de unicidad y
la actitud de desapego confluyen en un sentimiento muy elevado
el amor al prójimo.
"Amarás al Señor, tu
Señor, y al prójimo como a ti mismo" encierra una verdad oculta:
el re-conocimiento de la Divinidad en el otro así como en nosotros mismos.
Reconocer a Dios en el otro y en nosotros sólo es posible merced a una profunda
devoción y reverencia que despierta en el hombre la emanación divina que vive
en su Espíritu.
El amor al prójimo se
cultiva y crece. Es un largo camino que parte del egoísmo para llegar al altruismo,
al otro. Desde un punto de vista es un proceso que, por un lado, recibe aportes
de la unicidad y del desapego y, por otro
lado, del agradecimiento y del perdón. Es una
sensación que se instala en nuestro Ser y se manifiesta como sensibilidad ante
la necesidad ajena. Cuando esta sensibilidad se expande en el alma, se expresa en
el mundo como acto de generosidad.
La sensación de amor al
prójimo siempre despierta un sentimiento de sana alegría, un verdadero
bálsamo anímico-espiritual.
¿Y qué podemos decir del agradecimiento y
del perdón?
El agradecimiento es
una sensación muy poco cultivada en el alma humana. El agradecimiento nace
de los hechos más insignificantes, como respirar, caminar conscientemente, oír
el canto de un pájaro, presenciar una puesta de sol, recostarse sobre el tronco
de un árbol o acariciar a un animalito. Todo esto despierta un sentimiento de
amor y fraternidad universal que incentiva el amor al prójimo,
pudiendo trascenderse lo humano para llegar a lo divino.
El perdón provoca
una sensación de benevolencia. Si analizamos el vocablo en detalle nos
encontramos que la palabra perdón se compone de una
preposición inseparable: per, que refuerza su significado y de un
verbo que tiene una profunda significación en sí mismo como acción de
desprendimiento y entrega, donar. Sin embargo, en el mismo vocablo
permanece en silencio otro significado, el de don. El sentido de
la donación es el de la dádiva u ofrenda, como así también es
una cualidad del ser humano. Por lo tanto, el perdón es una
verdadera cualidad del hombre que le permite desprenderse tanto de objetos materiales
como del orgullo personal; desapego, para ofrecer una dádiva; amor
al prójimo, que estimula en el espíritu la sensación de agradecimiento que
lo une con el Todo, unicidad.
Aquí hablamos del perdón como
una actitud del alma en relación con el mundo; una actitud libre que, en cada
momento, podemos elegir asumir o rechazar. La actitud interior de perdonar
encierra un doble aspecto: anímico y espiritual. En el aspecto anímico produce
un alivio y una liberación, es un desprenderse de algo que a su vez nos
mantenía atrapados y esclavizados. Nos desprendemos de sentimientos tales como
odio, humillación, dolor.
En el aspecto espiritual, el
trabajo consciente del perdón nos abre las puertas del
aprendizaje, nos torna flexibles y compresivos con respecto a la naturaleza
humana. Es un excelente instrumento para cincelar aspectos oscuros del alma y
nos abre el camino a la indulgencia y la compasión. La compasión se apoya en la
humildad y es el profundo sentimiento de amor cristiano hacia el semejante, sin
guardar relación con el sentimiento de lástima.
Saber que el otro es nuestro
espejo, que los mismos errores que hoy criticamos fueron nuestras
equivocaciones ayer, que en nuestro corazón y en el de nuestros semejantes
brilla la misma luz, es suficiente para que se agigante el sentimiento de
unicidad y amor al prójimo. Por estos motivos, los tres septenios de Espíritu
constituyen, en cada encarnación, la oportunidad de que el Yo evolucione un
poco más para acercarse a sus verdaderas metas espirituales.
Por lo tanto, el perdón es una
verdadera cualidad del hombre que le permite desprenderse tanto de objetos
materiales como del orgullo personal; desapego, para ofrecer una dádiva; amor
al prójimo, que estimula en el espíritu la sensación de agradecimiento que lo
une con el Todo, unicidad.
La Vida continúa:
¿ancianidad o vejez?
A partir del noveno septenio (63
años en adelante) comienza una etapa signada por una nueva polaridad: el
predominio de las tribulaciones físicas y anímicas donde “todo duele o molesta”
o la aparición del sol de la sabiduría donde el agradecimiento a la Vida
preside todos nuestros actos.
Es una etapa difícil,
pero no imposible, para introducir cambios sustanciales en la propia vida. La
muerte del cuerpo físico constituye un hito cercano; se puede
optar entre la añoranza de la lozanía perdida (himno a la decrepitud) o
expandir la conciencia más allá del destino final de dicho cuerpo (himno al
Amor). De nosotros depende seguir el camino de la ancianidad o
la vejez.
El diccionario de la Real
Academia presenta a los dos conceptos (ancianidad y vejez)
como sinónimos, pero ofrece algunos ejemplos sutiles que llevan a la reflexión.
Lo obvio es, en este caso,
también significativo: Anciano (letra A) figura al comienzo y Viejo (letra V)
al final.
La palabra “anciano” deriva de
“ante”, y ya se utilizaba a mediados del siglo XIII; otros sinónimos que
aparecen son “patriarca” y “abuelo”, los cuales transmiten en sí mismos una
sensación de ancianidad sabia y respetable.
Por su parte, la palabra “viejo”
ostenta también algunos sinónimos tales como “deslucido” y “estropeado por el
uso”, que hacen innecesario agregar comentario alguno. Etimológicamente deriva
del vocablo “vetus”, y su evolución fue la siguiente:
En el siglo XVII, veterano
En el siglo XIX, veterinario (El
significado tenía relación con las “bestias de carga”, es decir, animales
viejos, impropios para montar y que necesitan de un veterinario más que los
demás).
En el siglo XIX, vetusto (muy
viejo)
De tal modo, si aplicamos estas
reflexiones a la biografía, debe hacerse una diferenciación sustancial cuando
un ser humano deviene viejo o anciano.
Vamos a desarrollar los dos
estados arquetípicos: ancianidad y vejez.
Observando el siguiente cuadro,
surge con claridad la diferencia radical entre ambos arquetipos.
En cuanto a la vejez:
· Golpea con fuerza la conciencia
de la madurez de quien la observa.
· La decrepitud, el deterioro de
la forma y la desconexión con la realidad circundante se presentan ante
nosotros como una pésima caricatura de lo que fue.
· El automatismo semiconsciente,
el malhumor y un monótono parloteo estimulan la necesidad de ignorar la
presencia del “viejo”.
· La debilidad del que grita y
golpea se hace realidad ante nosotros.
· El viejo vive sumido en el
egoísmo y la desconfianza.
· Tiene muchos miedos, le teme a
la muerte.
· No existe la propia
responsabilidad, la culpa siempre es ajena.
· Celebra su cumpleaños, o sea la
cantidad de años vividos, y no sabe por qué.
· Vegeta, vive biológicamente.
· El destino es un geriátrico, al
que le teme.
· La esclerosis de los órganos de
los sentidos lo aísla cada vez más del mundo.
· Vive preso del cuerpo y de la
vida.
· El espíritu se ha desconectado
del cuerpo físico.
- Es su MUERTE.
En cuanto a la ancianidad:
· La imagen del anciano está
unida a la sabiduría y el respeto; dos altos valores que hablan de la dignidad
humana.
· La sensación de transitoriedad
que deja traslucir ahora su vida, le brinda algo positivo: una conciencia cada
vez más clara de lo que le pasa, de lo que es eterno. Sabiduría es aquello que
surge cuando lo absoluto y lo eterno se manifiestan en la conciencia finita y
transitoria arrojando luz sobre la vida.
· Su fortaleza interior le
permite callar y escuchar. El anciano aprendió a escuchar y sabe cuándo debe
callar.
· Cuando habla, su discurso
siempre denota una cosmovisión del mundo.
· La reflexión, la prudencia y la
oportunidad son sus características.
· Sabe perdonar y agradecer.
· Asume la responsabilidad de sus
propios actos.
· Aprendió a confiar, y no teme
que lo engañen.
· No tiene miedos.
· No le teme a la muerte, la
aguarda.
· Acepta su destino y no tiene
exigencias; podría vivir en un geriátrico pero nadie quiere privarse de su
compañía.
· Su cuerpo envejece
armónicamente, la esclerosis del cuerpo físico es soportada con nobleza; eso le
otorga lozanía.
· Celebra el día de su
aniversario (birthday) recordando el momento y la época en que llegó al mundo.
Celebra la cualidad que posee dicha fecha en relación con su existencia.
· El espíritu sigue expresándose
a través de ese cuerpo físico que envejece, expandiendo la luminosidad del Ser.
· Vive en sí mismo la libertad
plena de su alma y de su espíritu.
· Es su RENACIMIENTO.
Características generales
Hemos hablado de la polaridad
arquetípica ancianidad- vejez; sabemos que, como en toda división de lo humano
en categorías, nadie se encuentra totalmente involucrado en una sola de tales
polaridades. Es raro que la realidad individual sea blanca o negra; en general,
es gris claro o gris oscuro. El proceso siempre es gris y se puede dirigir
hacia la luz o hacia la oscuridad.
Por otra parte, lo expuesto, más
que una descripción de lo existente es un alerta para quienes nos acercamos a
esas etapas. Es ésta una semblanza espiritual de la vida después de los 63
años.
Por entonces deben existir
objetivos de vida. El hombre o la mujer de esta edad puede observar que tiene
por delante una gracia divina y esto estimulará su reconocimiento y veneración;
no porque la vida sea tan bella sino porque puede estructurarla y analizar la
existencia pasada evaluando así los distintos aspectos de la misma.